En vísperas de la entrega de premios más mediática del mundo del cine, ofrezco hoy un artículo dedicado al séptimo arte, terreno que hasta ahora no ha sido explorado en este blog.
Dejando de lado lo que pueda acontecer esta noche en el Kodak Theatre y el desfile de celebrities sobre la alfombra roja, alzada ya como sempiterno telón de fondo de toda parafernalia posible en el mundo éste, mi atención se dirige hacia uno de los eternos que aún está entre nosotros: Jean-Luc Godard. Aunque ya desde su senilidad y desde un radicalismo expresivo que ha convertido sus últimas obras en producto de cinéfilo refinado y sibarita, este año nos ha regalado Film socialisme, totalmente en esta linea.
La gran virtud de la juventud de este medio artístico es que los Grandes e Indiscutibles –esto es, el Miguel Ángel o el Velázquez del cine- no dejan de ser contemporáneos a nosotros. Godard se encumbró hace ya medio siglo –o solamente medio siglo-, junto con Truffaut o Resnais, dentro del movimiento conocido como Nouvelle Vague y que insufló aire fresco en el cine del momento. De algún modo, procedieron de forma similar a como lo hicieron los impresionistas durante la segunda mitad del XIX. Las cámaras exploraban un hábitat inaudito: la calle. Así el caballete fílmico salía del estudio, de esa máquina de incubación que lo había mantenido aislado de lo real. La idea era atrevida y el resultado fueron filmes ya universales como À bout de souffle o Les Quatre Cents Coups.
Aunque rompedoras, estas peliculas tienen una legibilidad no dificultosa para el neófito, a diferencia de lo que ocurre ante el último Godard, donde entender va ligado a saber-ya-algo. Porque Film socialisme no puede generar más que escándalo en todo ser bien criado dentro de la ortodoxia narrativa. Y en este sentido, es inevitable el juicio que casi toda persona -independientemente de su grado de cinefilia- puede emitir sobre el filme. Efectivamente, no se entiende. Pero es que la película no ha sido elaborada para ser entendida en el sentido común de inteligibilidad. Porque todos somos conocedores de que toda exposición narrativa requiere de tres fases necesarias: el planteamiento, el nudo y el desenlace. Pero si no se produce ninguna de estas fases -o mejor dicho, si en cada instante se dan las tres a la vez- entonces la inteligibilidad no puede tener lugar como nos lo han enseñado en la escuela.
Así, la película es un collage donde todo aparece como fragmentario y cada uno de los elementos constituyentes del cine son llevados a su límite. La imagen, la música y la palabra: la tríada sobre la que se ha construido todo discurso cinematográfico. Todas y cada una muestran sus condiciones o su misma posibilidad. En este sentido las formas de decir son muchas y variadas. A menudo incluso producen cierta saturación. Inversiones y distorsiones cromáticas, filmaciones con teléfonos móviles o dispositivos electrónicos de baja resolución y un largo etcétera. Todo, ensamblado para generar una sinfonía maravillosa. Tocado por la mano del genio creador, hasta lo más banal puede devenir Arte.
La reflexión metafísica sobre el cine y las posibilidades de expresión tienen su leitmotiv en la cultura que nos une: Europa y el Mediterráneo. Es un filme que habla de nosotros, a partir de nuestro poso iconográfico y mitológico –entendido como aquellos hitos sobre los cuales nos constituimos culturalmente-. El collage se compone de lo más heterogéneo: desde voces y dichas, hasta una representación de la Virgen pasando por un conocido futbolista del Barcelona.
La película es quizá la máxima expresión de lo que es Godard, justo ya en el momento final de su vida. Su cine ya hace tiempo que no cuenta nada –entendido desde la linealidad narrativa- y que cuenta mucho. A menudo demasiado. La saturación es el camino elegido por el creador. Incluso la fotografía se muestra saturada, pues resulta algo agresiva la intensidad de su color, que dista bastante de recoger la característica luz mediterránea.
Asimismo, en el filme se manifiesta con fuerza lo desarrollado en las últimas producciones de Godard, siempre andando peligrosamente sobre los márgenes de lo posible y tentando con caer en el vacío. En Notre Musique se hacia explícita la contraposición dual de lo real y la alteridad como posibilidad de la existencia individual. En Film socialisme la idea aparece implícitamente. Esto es, la apariencia desde la ausencia. El movimiento desde el plano fijo. O el diálogo desde la imposibilidad comunicativa.
En conjunto, la película es la guinda a una trayectoria que se ha basado en la continua experimentación. El esfuerzo de entrar en Godard no es sencillo y, si se hace, vale más empezar por el principio. Pero ante nosotros se nos abrirán muchos caminos de pensamiento, eso seguro. Mientras, el último Godard sigue todavía en cartelera. Quizá sea el Último Godard.
Reconec que hauria de veure més cine tu. Darrerament n'he estat una mica apartat... Per cert, he tornat a escriure pel blog, que feia temps que no ho feia ! :P
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