BlogESfera. Directorio de Blogs Hispanos escritos -reflexions variades-: julio 2023

martes, 11 de julio de 2023

Instituto Salk: el descubrimiento de los muros

Silencio. Que nada se mueva. Nadie debe poner voz al Espacio. A su universalidad. Porqué él lo expresa todo. Porque las palabras jamás podrán contenerlo. Principio del fin; al habla Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar es mejor callar”. El ruido es pecaminoso cuando distorsiona lo inasible. Pero, por desgracia no hay más remedio: asumiremos con pesar la penitencia. Dichosa sea la palabra desgarradora. Pero es el único medio. Habrá que hacer uso de ella. Perdón.


Así, en ambos lados, se elevan las murallas. En ellas, se contiene el horizonte. El Instituto Salk se alza. Sublime y seguro. Protegiendo entre esos pliegues de hormigón lo esencial del mundo: su Orden. Hablar de esta obra exige hacerlo con cautela. Oraciones cortas. Punto. Siguiente. Nos lo dicta la vista. Louis Kahn así lo precisó. La crítica de arquitectura menos ortodoxa. Probablemente. Pero las circunstancias lo exigen. Por deber a la pulcritud. También al rigor. Pues, el estilo narrativo define en sí mismo. Da sentido a las cosas.

Ciertamente, impone. No por coloso; por excelso. El cuerpo centrado entre los muros. La línea; entre el Cielo y la Tierra. Todo es, ciertamente, perturbador. Sublime. El agua emana. El arabesco canal es el eje de simetría. Incluso ello tiene algo de inquietante. La plaza que se abre se precipita al abismo. Entonces caminamos. Siguiendo el hilo de agua. Sin más pretensión. Repentinamente descubrimos: cada pliegue era un contenedor. En cada oscilación se incrustaba lo habitable.

La curiosidad, sin embargo, nos remueve. Oscilamos tambaleantes ante los pórticos sobrevenidos de aquellos muros que parecían infranqueables. La palabra se libera y la contención se dilata. La belleza domina ahora a lo sublime. Descubrimos que tras la parquedad inicial, Kahn nos guardaba una sorpresa inesperada ¡No eran muros! Pues en ellos, había vida. Vida que salva vidas; esto es, un centro de investigación oncológico. Habitado por biólogos, médicos o científicos de tipo diverso. Todo ese mundo se abría y se desplegaba contenido en esos aparentes cubículos de madera. Ello, sin perder un ápice de su carácter magnifico y brillante.


Entre lo infranqueable y lo permeable. Lo sublime y lo bello. La tosquedad muraria nos hacía contener el aliento. Ahora respiramos con los pulmones dilatados. Del reverso al anverso hay todo un mundo. Allí, todo contenido por una expresión sutil y magnífica. Nos imponía lo que ahora nos invita. Sin perder el orden ni el rigor, todo ello se nos abría ante nuestros ojos. Al fin, la arquitectura es también tiempo. Así, éste transcurre en un lapso de revelación mística. Ella se revela parcialmente dándonos a entender su dualidad. Pero siempre en lo parcial. Porque entre el principio y el fin; entre el alfa y el omega: algo sigue cerrado en su mística ¡Amén!

miércoles, 5 de julio de 2023

Espacio arquitectónico y Humanidad

Todo acontece. En lo bueno y en lo malo, en el gusto o el disgusto. Más a la derecha o bien más escorado a la izquierda. Pero si algo es indudable en todo fenómeno es que acontece. Así ha sido y será, y sin embargo algo tan obvio siempre acaba pasando desapercibido. Las cosas, como acontecidas, deben poseer, ante todo, dos elementos sin las cuales no podrían ser; esto es, el tiempo y el espacio. Kant hizo hincapié en ello en su Crítica de la razón pura, donde estos conceptos pasarían a ser los a priori de todo fenómeno (Kant, 2005:  pp. 44-47). Dicho de otro modo, no podría haber fenómeno sin tiempo o espacio preconcebidos, de antemano. Así, a modo de introducción, el estudio versará sobre el espacio pues, como se verá, es el elemento sobre el que la arquitectura moldea y da forma. La arquitectura y el espacio, pues, serán dos piezas muy vinculadas; una lo necesita, la otra le otorga entidad.

No obstante, antes de continuar, debe hacerse una pausa en el camino para determinar algo previo a todo ello. La arquitectura es el arte del espacio ¿Qué es, entonces, el espacio? La respuesta no puede limitarse a la mera magnitud que deriva de la aplicación euclidiana y cartesiana. Si se piensa un espacio cuyas directrices sean las dimensiones de altura, anchura y profundidad se errará. Si se añade el factor tiempo, puede completarse, pero no puede ser, tampoco conclusivo. El espacio sin atributos no puede ser artísticamente abordado y, con ello, se aleja indefectiblemente de la arquitectura. Así, ¿qué puede ser el espacio desde esta perspectiva?

Moholy-Nagy definía, ante todo, al espacio como algo dinámico y fluyente cuyos elementos constitutivos –a nivel arquitectónico- “llevan la periferia al centro y desplazan al centro hacia afuera” (Montaner, 1999: p. 34). Como aquel que abre las ventanas para airear, el espacio transmuta como ese flujo aéreo en su proceso de renovación. Por lo tanto, aquí, se habla de algo que parece ir algo más allá del estatismo de las tres dimensiones. Sin embargo, ¿qué es el centro? Sigue siendo impersonal. Esta idea de espacialidad, por lo tanto, se asemeja a la que lleva a Bruno Zevi a negar la existencia del mismo espacio en la arquitectura griega, al tildar al templo de simple escultura carente de más y, por ello, de ejemplo de no-arquitectura (Zevi, 1998: pp. 54-57). Todavía falta buscar otra vuelta de tuerca. No podemos concebir un arte del espacio en que, o bien este mismo se niegue o que no se vincule con lo humano –pues entonces deja de ser arte-.

Sin embargo, no puede estar demasiado lejos del punto de exploración. Quizá valga una reorientación para ilustrar que, en efecto, los templos tienen espacio. Asumirlo implicaría un ejercicio de hermenéutica que integraría las diferentes piezas de un santuario. Sin ir más lejos, en la Acrópolis de Atenas no se puede concebir el Partenón sin los Propileos, ni la estatua central de Atenea que, a su vez, se remite al Erecteion. Se pasa del objeto aislado al conjunto ordenado para poder generar un espacio litúrgico exterior. El edificio genera dicho espacio de dentro hacia afuera. La celebración de las Panateneas, se desarrollaban, así, como un recorrido en torno a todo ese espacio dado, otorgándole a él una semántica muy alejada del espacio cartesiano en que se movería en la contemporaneidad. De repente, surge una nueva idea de espacialidad donde el ser humano jugaría un papel de creador e interprete. Esta vez sí, lo humano, lo espacial y lo arquitectónico se dan de la mano.

Así, casi sin dar cuenta de ello, se ha quebrado esa idea apriorística kantiana del espacio, para sacar a la luz algo nuevo: el “lugar” (thopos). Este concepto remite inevitablemente a esa deidad a la que se remite el origen de lo circunscrito; aquello cuyas características coinciden dentro de la apertura: el genius loci. Ese “guardián” del lugar; de aquello que siempre subyace en ello, allí, el genius loci está presente. Ese daimón clandestino, se percibe allí donde debe estar. (Norberg-Schulz, 1980: pp. 69-71). Sin embargo, no cabe olvidar que el cuidado yace en manos de la Humanidad. El genius loci solo puede ser destruido por aquella civilización que lo encumbró, justo cuando se olvida de su presencia.

Pasados más de dos milenios, el espacio, sin embargo, ya opera en términos científicos. A la vez, la ciencia y, en particular, la técnica, toma el espacio. El propósito de ello no puede ser más claro: la producción masiva derivada del advenimiento de la Revolución Industrial, en pleno siglo XIX. La antigua ciudad se degrada y crece hasta límites insoslayables que la hacen inaprensible en su globalidad. Ello sucede porque se ha expandido hasta límites que operan en términos regionales, pero el lugar necesita manifestarse en su debida escala para la cognición humana. Es en esa fase cuando surge el distrito o barrio, entendido como el ámbito espacial susceptible de localizar. En ello, hay que operar de modo similar; pero se necesitaran nuevos términos.

En este punto, el análisis que plantea Aldo Rossi puede resultar muy útil para poder ubicarse en la nueva morfología urbana. Así, se debe partir de que las ciudades se constituyen en distritos –o como se denomine en su caso-.En primer lugar, se constituye un elemento primario en torno al cual pivotará el tejido urbano basado, a su vez, en la llamada tipología edificatoria; es decir, el patrón base que la edificación adoptará en dicha zona (Rossi, 1998: pp. 98-105).

De este modo, se puede imaginar el barrio del Born de Barcelona. El elemento primario entorno al cual se estructura éste sería, fundamentalmente, la Basílica de Santa María del Mar. En ella se apoyaría, de un modo auxiliar el conjunto de palacios de estilo gótico civil que conforman la calle Montcada. Estos elementos, permanecen inalterables, como sostén sempiternos del Born in saecula saeculorum. La edificación, por otro lado, responde a vías estrechas de relativa ortogonalidad, así como un modelo edificatorio de planta baja y tres alturas, siendo cada piso más bajo que el inferior a la vez que las aberturas también tienden a aumentar a medida que descienden.

En el estado actual de cosas, pues, se ha logrado obtener el modelo interpretativo de la nueva urbanidad y se ha ejemplificado con un caso particular ¿Pero todo ello, dónde nos lleva? Pues a determinar cómo se vincula con lo humano. Ese vínculo debe partir de un nuevo giro de guion. A todo lo dicho y, dentro del ámbito de lo que nos es propio o, como decía Martin Heidegger, en ese ser-en-el-mundo; ahora está la Humanidad. Nadie más que ella goza de este tipo particular de territorialidad en la cual se constituye un hito. Él se eleva como nuestra referencia inmutable; esto es, como aquello que nos dice nuestro “a dónde”. Ello es el axis mundi, que se alza como un faro que ilumina a todo su alrededor. Actuando como un compás que se abre y que define el perímetro de nuestro lugar. Así, se desarrolla el llamado imagino mundi (Norberg-Schulz, 1980: pp. 19-25).

Pero, siempre, volvemos al omphalos. Los griegos situaban un pequeño elemento lítico para referir y dotar de cierta centralidad al hogar en tanto que era aquello que vinculaba más que nada al ámbito de lo privado, en analogía con el ombligo y en la relación maternofilial. Ese espacio, más que ningún otro, es el que nos pertenece verdaderamente. El vientre maternal es, a la vez, la conexión con el todo. Su líquido amniótico lo ordenamos con nuestras propias manos. La morada acoge a cada cual y tal y como es. Por ello, le debemos su protección de un modo muy especial.

La conclusión de este ensayo, remite al principio. Así, se dirá que, al fin, en todo yace el acontecer. Toda intervención en la ciudad debe hacerse en base a lo dicho. Los acontecimientos siguen una linealidad y, un despunte excesivo puede romper el equilibrio. Asimismo, hay que saber en qué elemento se interviene y preservar el substrato de su memoria. Dicho esto, la lectura de éste texto, pronto habrá acontecido. Sin embargo, se reincorporan otros acontecimientos: unos esperados otros totalmente ignotos. Pero todo sigue. Con esa semántica; con la propia y exclusiva de cada cual. Inigualable e inescrutable en su totalidad. Atenta y cuidadosa. Todo acontece, cierto. Y así, los acontecimientos seguirán su curso mientras la licencia de nuestro mismo acontecer permanezca con nosotros. Mientras ello dure, en todo acontecimiento que nos toque, por tangencial que sea, deberemos tomar partido.

 

BIBLIOGRAFÍA

Kant, I. (2005). Crítica de la razón pura. Barcelona: Taurus.

Montaner, J. M. (1999). Arquitectura y crítica. Barcelona: Gustavo Gili.

Norberg-Schulz, C. (1979). Existencia, espacio y arquitectura. Barcelona: Blume.

Rossi, A. (1998). La arquitectura de la ciudad. Barcelona: Gustavo Gili.

Zevi, B. (1998). Saber ver la arquitectura. Barcelona: Apóstrofe.