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miércoles, 7 de febrero de 2024

Antoni Gaudí. Antología del arquitecto

Introducción

Antoni Gaudí i Cornet es de los arquitectos más célebres. El genio de la forma se enmarca  en el llamado "Modernismo" o "Art Nouveau", del que hace una versión única. Es estilo tan personal hace que sea amado fervorosamente por muchos y repudiado por no pocos críticos e historiadores del arte y de la arquitectura. Su talento, pues, requiere de un distanciamiento para no emitir juicios viscerales.

Por ello, el presente estudio pretende separarse, en la medida de lo posible del "Gaudí genio" para entrar a una visión más integral y sin concepciones apriorísticas. Será, pues, un vinculo revestido de objetividad  y, mediante ésta última, se tratará de alumbrar algo que vaya más allá de todo lo que se ha repetido ya hasta la saciedad con respecto al arquitecto catalán más universal.

 

1. Rasgos básicos del contexto: el “Art Nouveau”, como margen global de ‘revival’ neorromántico; el “Modernismo” y Gaudí como guías de la expresión catalana y de su tendencia arquitectónica a conformar el espacio desde la masa.

En primer lugar, cabe contextualizar a Gaudí dentro del marco temporal en que se desarrolla su arte y se define su estilo. Así pues, en ese arco que va del periodo de finales del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, se desarrolla en Europa el llamado “Art Nouveau”. Dicho estilo, en una amalgama de modos de interpretar la arquitectura que, de hecho, tienen en común su carácter localista; desde los dorados áulicos del ‘Secession’ vienés al germánico e informal ‘Jungenstil’. En todos ellos se configura una voluntad neorromántica que persigue y pone en valor lo artesanal y la naturaleza en contraste con lo urbano, que es donde se desarrolla. Además, desde su nacimiento, que fue sincrónico al del cine, parece estar dotado de un fuerte carácter dinámico y gozando del calor popular (Sembach, 2002: 8); si bien es cierto que ambas corrientes o procedimientos artísticos, siguieron trayectorias sumamente distintas: uno permaneció hasta hoy, el otro murió definitivamente.

Así, en Catalunya, lo que caracteriza a este movimiento es, quizá, su expresión más plástica al conformar las masas en tanto que volúmenes arquitectónicos. Ello conlleva a la tendencia general de eliminar todo lo ortogonal y substituirlo por las formas curvilíneas. Así, pues nacía el ‘Modernismo’ –o dicho en catalán, de un modo más genético, ‘Modernisme’. Los principales arquitectos que se encasillan bajo este epígrafe son Josep Puig i Cadafalch, Lluís Domènech i Montaner y Antoni Gaudí. Esta tríada, tan repetida, sin embargo, deja de lado a un brillantísimo y casi desconocido arquitecto llamado Josep Maria Jujol. En este sentido, la relevancia de Jujol es tal que se puede decir que, sin él, no entenderíamos al mítico Gaudí en su plenitud. Así, Jujol era el contrapunto de un excelso virtuoso de las formas ya dadas; pues Gaudí, ciertamente, disponía de una capacidad insuperable para crear formas no vinculadas a los arquetipos formales de la geometría, sino al mero y espontaneo trazo “rizomático”.

Dicho esto, conviene responder: ¿Quién era Antoni Gaudí? Sobreentendiendo lo que hasta aquí se considera, debemos decir que era el gran maestro universal de la forma en su globalidad. Sin embargo, la arquitectura es el arte del espacio. Esto es: toda arquitectura será en tanto que se define un espacio. Este, a diferencia de la noción de espacio concebido por Zevi (1998: 54-57), no solo considera el “interior”; esto es: el espacio no es el vacío que queda entre los planos que lo delimitan y acotan, sino una categoría mucho más compleja. Su definición exacta lo recoge la arquitectura, en cada caso. Por otro lado, la forma será el elemento por el cual se definan las mismas cualidades espaciales que serán, a la vez, las que aportaran las características del “ser” como escenario de todo cuanto puede acoger una construcción. Así, el “espacio” puede ser agradecido, hiperbólico, asfixiante, límpido y un largo etcétera. Será, por lo  tanto, una categoría de la existencia humana en cada momento histórico. Moldear, pues, la forma tiene que repercutir en la concepción de espacio y en sus límites modernos y/o contemporáneos.

 

2. Gaudí antes de su consolidación: los primeros experimentos con los volúmenes y las superficies en obras de juventud. El ejemplo de la ‘Casa Vicens’ como el paroxismo de la época referida. El espacio basado en la superficie en tanto que elemento definidor de volúmenes.

A partir de este punto se entrará de lleno con el universo de Gaudí y su “espacialidad”. Para empezar, ¿qué mejor que su primera obra concluida?; En este sentido, la Casa Vicens, construida entre 1883 a 1888 y situada en el barrio de Gracia, en Barcelona –como casi toda su obra. Ubicada en la calle Carolines, se podía ver en una vía hoy angosta pero, una centuria atrás, se encontraba libre de construcciones adyacentes –contando incluso con un “duplicado” de la casa original, realizado en 1965 (Torres; Martínez Lapeña, 2018). No por ello se sabía que era una construcción entre medianeras ya que así constaba en la catalogación urbanística de la época. Sin embargo, Gaudí decidió ceder parte de la parcela para transformar la tipología urbana en una casa exenta. El genio, pues configuraba una espacialidad moderna que se quiere libre del corsé que suponía el hecho de ubicarse en una medianera; una pared que hubiera actuado como un cuchillo que corta el progreso longitudinal de un edificio, encorsetándolo por la sempiterna intención de maximización del uso del suelo.



Sin embargo la fachada se define de un modo ágil, como algo abstracta –por su límpida geometría- y con un carácter más bien liviano. Es, así, un Gaudí donde las superficies compuestas por piezas seriadas, incluyendo los bellos azulejos de colores sencillos –cuyo predominio era el verde y el blanco-. Dichos azulejos, por otro lado, dotaban al conjunto de una plácida y sosegada impresión. En efecto, el edificio se yergue entre una lógica tendiente a la rebeldía, sin llegar a consumarla. Asimismo, en pleno apogeo de los ‘revivals’, Gaudí decide apostar por el más exótico y menos académico de ellos: el neomudéjar. Ello le confería una libertad sin precedentes al no estar “teorizado” más allá de lo que remite en su periodo artístico original. De este modo, sin poder escapar, lo cierto es que toma elementos “neo-” para subvertirlos.

La situación que se describe en el párrafo anterior conlleva que, de la casa en su globalidad, emane un espacio moldeado en sus superficies por el frescor y la originalidad juvenil; haciéndola espacialmente inédita en este aspecto frente a cualquier obra anterior (Benevolo, 1963: 376-379). El espacio doméstico trasladaba la sensación, además, de calma y sosiego, más por voluntades prácticas de sus clientes que por definir una ruptura o un trazo de algo que rompe con la época, pero que apenas capta lo esencial de la misma. Desde esa obra virginal, Gaudí empezaría a definirse pronto como un arquitecto ensimismado y amante a verter, siempre, más significado; a la vez que darle en todos los casos otro giro de tuerca a la complejidad formal. Se definiría, pues, su estilo cada vez más personal. No obstante, ¿qué será del espacio en su entrada a la época de madurez?

 

3. Gaudí y su desarrollo estilístico personal: el Palau Güell, a modo de embrión; y el Park Güell, como eclosión definitiva. Park Güell y ciudad-jardín como proyecto irresoluto. El espacio en tanto que exterior.











  

En el proyecto del Palau Güell, que se construyó entre 1886 y 1890, Gaudí mostró esa transición entre su juventud y madurez, explorando, con ello, motivos que nada tienen que ver con lo visto hasta entonces. Allí ya no hay ni siquiera un neo-estilo; Gaudí en sí mismo “es” el estilo, sin más ambages. Desde fuera, manifiesta gravemente un elemento que se cierra: esto es, una fortificación sumida a la fuerza gravitacional que induce a mantener las masas más macizas tendientes al suelo, mientras va liberándose esa solemnidad “muraria” en altura, dando lugar a curiosas y únicas chimeneas de formas y motivos cromáticos distintos –rompiendo con un edificio que parte de un pronunciado eje vertical. No obstante, Gaudí empieza a hablarnos por medio de esa doble entrada en sus respectivas parábolas; ella se ve presionada por el peso volumétrico de una galería longitudinal en voladizo. Mientras, a medida que gana altura, todo parece más ligero en un modo ascendente hacia la Divinidad –y, con ello, también, al progreso industrial de la familia del empresario Güell, a la vez que de su amada patria, Catalunya.

Poco después, en 1900, Gaudí trató de construir una ciudad-jardín al más puro estilo británico por encargo de su mecenas, Eusebi Güell. Las doctrinas de Ebenezer Howard son reinterpretadas para lograr afincar diversas viviendas en un paraje verde salido de un ficticio cuento de hadas, reflejando un trasfondo ‘kitsch’. Mas no por ello, el Park Güell –con el que esa “k” proporciona un homenaje a los pioneros ingleses- pretendía ser un lugar de descongestión ante una tupida ciudad de masiva edificación y vías transitadas. Ese incipiente tráfico de personas y de vehículos, el frenesí de las Ramblas y el carácter gregario de las élites sociales justificaban, cada vez más, la necesidad del Park Güell, cuyas obras se extendieron hasta 1941.

Lo más monumental es el acceso y el espacio comunal. El parque muestra ya ese Gaudí más arquetípico: sus soluciones formales emanan dificultad conceptual pero encumbran un concepto basado en la sola forma, sin más. Una forma que evocaba esos personajes de la mitología catalana como los ‘fullets’ o las ‘bruixes’. Un mundo en exceso infantilizado cuya excepción son los bancos codiseñados por Gaudí –que en lo formal que llevo a cabo una sinusoide asimilable, en planta, a una “U” abriendo sus alas- y Jujol –quien realizó todo el revestimiento cerámico (el ‘trencadis’) que fue magistralmente pensado y embellecido con una policromía y heterogeneidad dignas de los mayores elogios. Pero, tras todo ello, el proyecto de ciudad jardín no prospero, conservándose solo el recinto del parque como un espacio monumental.

A todo ello, se debe remarcar que en el punto presente sale a colación un modelo espacial que tiene gradaciones jerárquicas y que establecen dicotomías entre lo público y lo privado. Todo ello en el exterior, donde son las piezas volumétricas las que generan tensiones espaciales y lo terminan por definir, en un marco acotado por esas superficies exteriores –como el vallado del parque- o la magnífica bancada. Finalmente, hay que destacar el hueco de la sala hipóstila que se encuentra justo bajo la ‘arena’ y la bancada que la encierra. En ella se puede apreciar un estilo que evoca al dórico, sostén de dicha perforación, que agrega, a la vez, el valor icónico emanado de la columna (Moneo, 2022: 48-51). Así, esta sirve, además, para drenar las aguas de la plataforma superior a un depósito; mostrando Gaudí la cohesión que vincula lo funcional y lo visual.



     

4. La Casa Batlló como primera gran obra de madurez de Gaudí. El objeto bello-funcional. El espacio como ‘Enfhurlung’: la búsqueda de la empatía en el interior de las estancias por medio de del moldeado de masas.

El principio por el cual la forma, junto con sus atributos estéticos, revierte en algo funcional se erige como un ‘leitmotiv’ en la obra de Gaudí. Es el caso de la Casa Batlló –inmueble ya existente en el opulento, pero aún poco definido Passeig de Gràcia, cuando, en 1903, lo adquirió el industrial Josep Batlló. Allí cada elemento se basa en hacer bello lo ergonómico por medio del óptimo aprovechamiento del color, de la luz o de las texturas. Así, el inmueble que dio lugar a lo que conocemos como Casa Batlló lució en obras mientras se llevaba a cabo su restauración, entre 1904 y 1906. Fue en ese momento cuando el todo conjugado y resultante se mostró como una obra de arte total –o dicho en términos wagnerianos; una ‘Gesamtkunstwerk’. Ello se puede ver, por ejemplo, en el patio interior que actúa como un profundo decantador de luz; pues se gradúa cromáticamente el azulejo buscando su dualidad estético-funcional. Así, este  pasa de un azul oscuro con gran saturación en la planta superior a un color que tiende al blanco –aprovechando, con ello, la reflexión de la luz- de modo que se genera un bello gradiente cromático que es, a la vez, expresión de la función y fin de la misma.

Por lo que a fachada se refiere, Gaudí crea una composición tripartita donde las ideas de basa, fuste y capitel acaban cediendo ante una desbordante imaginación. No obstante, todo remite a un modo de leer el espacio de un modo “hedonístico”. Todo se  muestra como un goce estimulante que comienza en la planta baja y se prolonga hasta la planta noble. Esta última dispone de una franja de ventana casi longitudinal, embebidas, a la vez, en unas formas pétreas abiertas que las enmarca y las contiene;  permitiendo su despliegue y dotándolo de un ritmo bajo en la franja corrida de extremo a extremo. El elemento pétreo, a la vez, transmuta formalmente en un parteluz de formas óseas que se unifican cada una en sus respectivas epífisis.





Las formas fluyen con abrumante facilidad en un ejercicio no libre de excesivo formalismo, pero convincente a la vista. Así, toda la fachada sucesiva, que va desde  el límite superior de la planta noble a la cornisa de aros que delimita la buhardilla, expresa un vivo “collage” cromático. Incluso, la profesora e historiadora del arte Miriam Minak (2020: 23), en este sentido, llegó a conectar esa visualidad policromada como un elemento inspirado o, si más no, evocativo de la serie de pinturas ‘Les Nymphéas’, ejecutadas por el pintor impresionista Claude Monet.

Además, a todo lo dicho, hay que sumar la coronación, que por medio de unas piezas cerámicas de aspecto macizo -formando mediante un aparente dorso de dragón- muestra un escamado de tonalidades que varían des del azul añil al rosado. Juntado ello con la torre vertical coronada por una cruz de cinco puntas –una superior y, las otras cuatro, abriéndose sobre un radio que las dispone de tal forma que cada una de  ellas es ortogonal al eje que definen las dos contiguas; creando una forma que pronto sería una insignia del mismo Gaudí-, de este modo, se efectúa una alegoría a la popular leyenda de ‘Sant Jordi’; patrón de Catalunya.

En lo relativo a su interior, la Casa Batlló se presenta como una experiencia de un mundo de fantasía. En ello, Gaudí mezcla el talento de moldear inteligentemente las masas para proporcionar una envolvente fluida al observador, quien irá enlazando y trabando distintos lugares en los que uno logra cierto vínculo espiritual. Ese espacio que se vincula aquí con las masas, puede entenderse en analogía con el término germano de ‘Einfühlung’. Traducido, se entendería como algo similar a la palabra ‘empatía’ (Pizza, 2001: 54-55). Así, pues, es como se expresa todo el conjunto, de un modo impetuoso y dinámico.














Las formas fluyen con abrumante facilidad en un ejercicio no libre de excesivo formalismo, pero convincente a la vista. Así, toda la fachada sucesiva, que va desde  el límite superior de la planta noble a la cornisa de aros que delimita la buhardilla, expresa un vivo “collage” cromático. Incluso, la profesora e historiadora del arte Miriam Minak (2020: 23), en este sentido, llegó a conectar esa visualidad policromada como un elemento inspirado o, si más no, evocativo de la serie de pinturas ‘Les Nymphéas’, ejecutadas por el pintor impresionista Claude Monet.

Además, a todo lo dicho, hay que sumar la coronación, que por medio de unas piezas cerámicas de aspecto macizo -formando mediante un aparente dorso de dragón- muestra un escamado de tonalidades que varían des del azul añil al rosado. Juntado ello con la torre vertical coronada por una cruz de cinco puntas –una superior y, las otras cuatro, abriéndose sobre un radio que las dispone de tal forma que cada una de  ellas es ortogonal al eje que definen las dos contiguas; creando una forma que pronto sería una insignia del mismo Gaudí-, de este modo, se efectúa una alegoría a la popular leyenda de ‘Sant Jordi’; patrón de Catalunya.

En lo relativo a su interior, la Casa Batlló se presenta como una experiencia de un mundo de fantasía. En ello, Gaudí mezcla el talento de moldear inteligentemente las masas para proporcionar una envolvente fluida al observador, quien irá enlazando y trabando distintos lugares en los que uno logra cierto vínculo espiritual. Ese espacio que se vincula aquí con las masas, puede entenderse en analogía con el término germano de ‘Einfühlung’. Traducido, se entendería como algo similar a la palabra ‘empatía’ (Pizza, 2001: 54-55). Así, pues, es como se expresa todo el conjunto, de un modo impetuoso y dinámico.

Que el espacio de la Casa Batlló sea empático equivale a mostrarse como algo que vincula de un modo cercano, ofreciéndose al observador y buscando su arropamiento. Así, tanto el pasamano de la escalera como los remolinos de los techos configuran unas masas que captan visualmente y otorgan una calidez viva; haciendo con ello más agradable el habitar allí. Ese mundo submarino fluido y arremolinado entorno a la lámpara central del salón principal, es un ‘continuum’ que todo lo involucra. No obstante, se aprecia, tanto en las masas moldeadas, como en las superficies que las recubren, un innegable exceso de edulcorante del que peca el conjunto edificatorio de modo particular, y la obra de Gaudí en términos generales.


5. La Casa Milà (‘La Pedrera’) como la máxima expresión de Gaudí. El despliegue y maclado de las masas libres. Supresión del basamento del edificio. Autonomía e integración de las buhardillas y azotea con sobrias “máscaras de guerreros”.

Se quiebra, así, la idea del zócalo como el elemento que debe hacer de base de la construcción, convirtiendo al "fuste" del edificio en algo que brota directamente en cota cero, justo donde se funde el edificio con el suelo mismo, aportando con ello algo casi formal y materialmente telúrico. En esta concepción mística, el conjunto que emana de esa tierra que lo posee se expresa plásticamente mediante masas fluidas que evocan unas aguas marinas, complejas y cambiantes. La ondulación de la fachada, por lo tanto, requiere del espontáneo, sabio y equilibrado trazo de las curvas que cada planta define. Ello aleja la curva del sinusoide geométrico para dar lugar a dilataciones y contracciones. Así, esos "accidentes" conjuntamente derivan en algo trascendente, solamente inteligible en su unión y vista de conjunto.

El resultado de todo ello da lugar a la distensión del chaflán sobre el cual se ha desarrollado. De este modo, la misma esquina plantea por la exigente pauta urbanística del ensanche de Barcelona llevado a cabo a mediados de siglo XIX por el ingeniero Illdefons Cerdà. Este modelo, basado en una pauta de viario ortogonal con manzanas achaflanadas en cada intersección, neutraliza todo conato de tensión posible derivada del ángulo. Así, La Pedrera con sus masas fluidas y continuas hacen desaparecer la posibilidad de dicha tensión subyacente.

El paroxismo estético recae en el elemento cabal para singularizar a La Pedrera como obra maestra se encuentra en la buhardilla y el terrado de la misma. Como a modo de “contra-cornisa” que se retrotrae hacia el interior, se alza dicha buhardilla que se despliega como un elemento casi autónomo. Así, desde dentro se puede percibir como su estructura orgánica –que remite a una larga espina dorsal de un gigantesco cetáceo- involucra al espectador en el seno de ella. Los arcos catenarios se desarrollan con soltura en ese lugar de ensueño que funda Gaudí. Finalmente, en el terrado se definen las formas de máscaras de guerreros que, bajo una geometría elaborada y, a la vez, sobria en su modo de explicitarse, muestran el lado más onírico de la mente del genio catalán.


6. La Sagrada Familia: la obra inconcusa del arquitecto. Su reconstrucción y la polémica. La creación de un templo formalmente singular. El dominio de las formas: las cuadrigas. La Fachada de la Natividad: integración del conjunto y saturación semántica.





















Con la implicación frente las macrodimensiones, el proyecto la Sagrada Familia, se daba inicio a un inconcluso proyecto, cuyo escopetazo de salida data de 1886, y que constituye el hito inconmensurable, no solo de Gaudí, sino de la ciudad de Barcelona -y, probablemente, de muchos ránquines calificadores diversos. El turismo masivo y el exceso de liquidez acelerado han propiciado una tendencia hacia la precocidad constructiva y, muy probablemente, la han convertido en víctima del impulso desmedido y de la falta de celo de su mecenas: el patronato del tempo que, desbordado por el tiempo, quiere terminar un complejísimo proyecto que, o debería haber sido parado poco después de muerto el arquitecto, o se debería haber construido de una forma más fiel a los principios axiológicos que se puede apreciar en su esencia y, en correspondencia, con las ideas del mismo Gaudí.

Este primer párrafo sirve para situarse en el contexto de lo que aquí puede y, a criterio de la perspectiva que se ofrece, debe ser analizada y acotada la obra de la Sagrada Familia. Teniendo como referente el Manifiesto de intelectuales firmado en 1965 contra la continuación de las obras del viejo Templo Expiatorio, valorar la Sagrada Familia es ceñir el objeto de valoración solamente en lo que Gaudí pudo dilucidar en vida con respecto a ella. Eso, pues, no puede ir más allá de la Fachada de la Natividad y del perímetro que define el ábside –teniendo en cuenta, además, que este tramo de la obra, fue definido antes por el arquitecto Francisco de Paula Villar- como elementos originarios de dicho teAsí, la Sagrada Familia, se alza como un elemento extremadamente particular en su vertiente estilística. Dotada de cuatro torres-campanario que despuntan sobre la línea de cielo de la ciudad –obviando el aspecto actual de la obra- de un modo único y singular que rompe todo lo canónicamente establecido para el devenir de un templo cristiano. Su forma remite, como tantos elementos gaudinianos, a la geometría de las cuadrigas, siendo en este caso un modo distorsionado de sección de elipsoide truncado en su extremo superior y dando como motivo la singular “estrella-cruz” que corona dichos elementos.

Más allá, el templo se expresa por medio del lenguaje de estilo “rocalla”. Así, en la fachada que representa la Natividad de Cristo se amalgama un conjunto de efectos de la Naturaleza como las gotas de las grutas y cuevas a modo de estalactitas, conformadas por un “goteo”, así como su vínculo al ciprés, que se levanta pintado de verde entre los campanarios centrales. La saturación semántica llega a la extenuación visual. De este modo, el observador, tras el escrutinio a dichas particularidades, todas ellas pasan a ser desatendidas en términos de lo particular para, así, subsumirse en una idea solo, amalgamado en lo general. Por ello, se contienen las masas esculpidas por el conjunto escultórico entendidas, en este punto como un relieve más en la fachada. Finalmente, el observador termina sin particularizar en nada de lo representado a escala particular o pequeña escala; soslayando, de este modo, el conjunto de las esculturas mismas.

 

Conclusiones

En el conjunto de la obra de Antoni Gaudí se expresa, indudablemente, el pensar y el desarrollar de un genio. No obstante, la historiografía requiere que los hechos históricos se encadenen en un ‘continuum’. Se necesita, de este modo, que lo creado no solo responda a su tiempo sino que, además, genere un salto cualitativo con respecto a lo originario. La forma, pues, debe obtenerse por enlace con respecto a lo antecedente y, al tiempo, ser un factor causal originario de un devenir histórico. Esto es, solo será arquitectura –en base a la historiografía- lo que posea un carácter de nexo causal de algo venidero que, a su vez, participe de la cadena historiográfica en los términos expresados aquí.

En este sentido, Gaudí, expresa una originalidad retrógrada que culmina de modo  paradoxal en el oxímoron metafísico en el que se desarrolla su obra. Así Gaudí mira al presente en base al pasado para generar algo único e inquebrantable. El arquitecto catalán, pretende que, sobre todo, su ‘opera magna’, la Sagrada Familia, sea ‘lux mundi’, capaz de iluminar, focalizar e imponer, como un modo de un Pantocrátor y, a la vez, de los tiempos contemporáneos, que exigen tanto los fatuos rostros amables, cual máscara social. Su luz por medio de la expresividad formal en todas sus escalas –pudiendo apreciar cosas distintas si se mira la volumetría imponente del conjunto o si se percibe una tierna escultura de  una “Virgen con Niño” de dulce y grácil expresión.

Pese a todo, el arquitecto no deja de ser un altavoz de un pueblo al cual se compromete a enaltecer bajo su gloriosa efigie. Su arquitectura responde, así, a un fuerte localismo que emana, a su vez, de un nacionalismo profuso; pues es el pueblo al que pertenece el mismo arquitecto y no la sociedad en abstracto el sujeto colectivo concreto sobre el cual se asienta su obra (Argan, 1998: 206-209). Ello, pues, termina con la condena del arquitecto a un camino sin salida. La historiografía, pues, lo admite como un elemento exuberante, pero, al fin, algo circunstancial que culmina un camino en ‘cul de sac’.Pese a todo, Gaudí no deja de ser un altavoz de un pueblo al cual se compromete a enaltecer bajo su gloriosa efigie. Su arquitectura responde, así, a un fuerte localismo que emana, a su vez, de un nacionalismo profuso; pues es el pueblo catalán y no la sociedad en abstracto el sujeto colectivo concreto sobre el cual se asienta su obra (Argan, 1998: 206-209). Ello, pues, termina con la condena del arquitecto a un camino sin salida. La historiografía, pues, lo admite como un elemento exuberante, pero, al fin, algo circunstancial que culmina un camino en ‘cul de sac’.

Por otro lado, el ‘horroris bacui’ gaudiniano implica un exceso de condensación simbólico que, en muchos casos, hace difícil leer su arquitectura en la letra pequeña. Más bien se lee como algo general quedando dicha letra como un accidente matérico que moldea el conjunto en conexión con los demás. Así, los mismos símbolos –cuya materialización mediante relieves, esculturas u otras formas que definen la superficie arquitectónica- se integran con relativa facilidad en su ámbito formal, pero escasamente pueden llegar a comunicar lo que laboriosamente se pretende.

Así, Gaudí será la voz de un pueblo que se vanagloria de su ser presente, mas no del futuro. El ‘Zeitgeist’ del pueblo catalán –ese espíritu de una época- deriva en elementos que se instauran como una ‘Gestaltkunstwerk’ –esa obra de arte total-, siendo la totalidad espacial sobre la cual se expande la obra la misma ciudad de Barcelona que, parece así derivar de un hecho cosmogónico al cual ésta se sustrae. En ella ya no se alza tanto el cristianismo como un modo de panteísmo moderno que yace en la búsqueda del goce visual y en su consiguiente hipertrofia sensorial (Benévolo, 1963: 381).

El genio, pues, amalgama un lenguaje único, de una cultura excelsa y exuberante a igual caudal, mas su pesar será no dar continuidad a algo que pueda devenir en lo posterior. Su pesar será ser una arquitectura como una finalidad sin fin y proyectada ‘ad infinitum’; que muere de éxito y vanidad, sin más, pero orgullosa de ser real y única. Sin embargo, ese esnobismo estético, donde todo recae en la forma.  Ésta, a su vez, deriva de un filtrado extremo del arte neogótico, cosa que implica un peligro de hacer morir parte de su obra en una categoría ajena a lo propiamente artístico (Hitchcock, 2015: 243).

Así, sus virtudes artísticas se muestran por medio de obras diacrónicas, de tal modo, existen edificios que son suficientemente maduros para ser valorados en su plenitud mientras otros, por su conservación o por estar en construcción –caso exclusivo de la Sagrada Familia. Ello impide poder remitir toda su obra a efectos y procedimientos inquisitorios. Para lograr una visión integral  de su obra, probablemente, se debe exigir una valoración cosmogónica de la época por los medios hermenéuticos más sutiles y astutos. Solo de ese modo debe entenderse el Arte; esto es, como ese devenir de lo material y de lo espacial, constituidos, a la vez, como puntos de comienzo y fin de lo discursivo. ¿Se podrá sostener en ello la obra de Gaudí? La respuesta yace en el sostenimiento al mismo tiempo cronológico y ontológico. En esa distancia y en su dicción se encontrará, por lo tanto, la cuestión que vincula al Arte con la figura de Gaudí.

 

BIBLIOGRAFÍA

Argan, G. C. (1998). El arte moderno. Akal.

Benévolo, L. (1963). Historia de la arquitectura moderna. Taurus.

Hitchcock, H. (2015). La arquitectura moderna. Reverté.

Minak, M. (2018). Resumen: La síntesis del ‘interior’y ‘exterior’con el ejemplo de la Casa Batlló, la casa de alquiler, hecha por Antoni Gaudí. En: Miradas-Zeitschrift für Kunst-und Kulturgeschichte der Amérikas und der iberischen Halbinsel (4) pp. 22-28.

Moneo, R. (2022). Sobre la columna. De la Cueva de Menga al Pabellón de Barcelona. Urbidermis.

Pizza, A. (1999). Arte y arquitectura moderna. 1851-1933. Ediciones UPC.

Sembach, K. (2002). Art Nouveau. Taschen.

Torres, E.; Martínez Lapeña, J. A. (2018). Reabilitación de la Casa Vicens. En: On diseño, pp. 380-381.

Zevi, B. (1998). Saber ver la arquitectura. Apóstrofe