Parafraseando a Fernando Fernán Gómez cuando encarnaba a aquél lúcido maestro republicano en el filme La Lengua de las Mariposas podemos decir aquello de que “el lobo nunca dormirá con el cordero”. Ya se había incluido dicha cita en éste blog. Este aforismo, sin embargo, tiene ahora una especial vigencia; pues conlleva la asunción de que, en todo proceso violento, la víctima no puede equipararse jamás con el victimario. Cuando se ha pretendido hacer tabula rasa, la violencia en algunos casos ha remitido, pero la herida abierta ha continuado supurando. Y este debe de ser uno de los puntos fundamentales sobre el que se constituya el proceso de pacificación de Euskadi. En este sentido, hay que partir del hecho, pues, de que la paz no solo es la ausencia de violencia sino la normalización social de la convivencia.
Hoy, por fin, se dió la noticia que centrará las portadas de todos los diarios del Estado. De hecho, la noticia en si, yace, sobretodo, en el momento más que en el fundamento. Pues tras la Conferencia de Paz de esta semana (esa en que, según ciertas voces político-mediáticas, reputados representantes de la esfera internacional se subyugaron frente a ETA) era una cuestión de días. Hecha ya la declaración formal del abandono de las armas, hay que plantear, con serenidad el proceso de disolución y, lo más delicado: tras 829 asesinatos en las espaldas –y en la memoria de quienes los sufrieron-, se debe rehacer un escenario donde dicha normalización pueda ser posible y sostenible. Donde todos los ciudadanos vascos puedan desarrollar sus vidas con el mayor grado de normalidad posible.
Es evidente que, ante todas las posibilidades que se plantean, la cultura política y social de este país no permitiría una amnistía como la vivida en Israel esta misma semana, donde cientos de presos con delitos de sangre –y graves- han sido eximidos de sus penas penitenciarias para que la otra parte del conflicto pueda conseguir el regreso de un soldado secuestrado desde 2006. Uno, sí. Tan solo un “simple” soldado. Este, y no otro, ha sido el motivo por el cual el gobierno más ajeno a las reivindicaciones palestinas ha hecho esta “afrentosa” cesión. ¿Cómo es posible someterse a tal “chantaje”?, deberían preguntarse la gran mayoría de los españoles. Pues por una cuestión de cultura política. Aquí, sencillamente, ha arraigado con una fuerza indeleble que todo lo que tenga que ver con aquello que ETA reivindicó, siempre, inevitablemente, estará manchado por sus crímenes.
La realidad, sin embargo, es que ETA ha renunciado a su mala praxis. El resto de los ciudadanos no podemos permanecer ajenos a este hecho. Como la noticia –ya se ha dicho- no viene por sorpresa, hay que dilucidar las líneas de actuación que se deben seguir a continuación. Desde mi humilde posición de inexperto en procesos de negociación, en cambio, debo admitir que tan solo me atrevo a determinar lo que no debemos hacer. Y eso es, precismanete lo que vienen haciendo, hace tiempo ciertos sectores de la sociedad vasca-española (aquellos mismos que se ofuscan en ir extendiendo, más y más, esa lista que llaman ETA-Batasuna-Sortu-Bildu-“colaboracionistas”-etc., y que, al fin, acaba por aplicar el calificativo de “etarra”, incluso, el más pacifista de los soberanistas).
Prueba de esta tendencia es el artículo de Fernando Savater en El País, del 11 de marzo, en el que opta por alabar la reciente publicación de una recopilación fotográfica de Willy Uribe donde se captan algunos de los escenarios en los que acontecieron crímenes etarras. Sin entrar en las cuestiones concernientes a su mérito o virtuosismo artístico, pienso que la idea subyacente no deja de condenarnos al eterno enquistamiento del conflicto. Ciertamente, el acto criminal es del todo vomitivo. Los que lo han sufrido saben y guardan en sus memorias los lugares donde las vidas de sus seres queridos fueron sesgadas. Cada cual deposita, muy particularmente y a su modo, un contenido o una significación en cada uno de los respectivos lugares donde la tragedia propia aconteció.
Pero pretender, sin embargo, universalizar algo que yace sobre una esfera puramente privada equivale a colectivizar lo que, por esencia, no puede evitar ser siempre particular. Pues no hay que confundir la desmemoria con la pretensión de extender a todo el mundo las significaciones que cada cual haga recaer sobre los escenarios donde el terror, en algún tiempo, extendió sus viles tentáculos. Si así se procediera, todos, permaneceríamos en un estado de continuo duelo -ya que pocos son los espacios vírgenes a la inmundicia-. Si pretendemos salirnos de esta, hay que evitar que la víctima rote circularmente en un bucle indefinido de odio que le impida dar pasos en firme hacia la paz. Perdonar o no es una decisión totalmente unilateral y respetable. Pero responder a la violencia con un odio incesante –y, por ende, con más violencia- condena a la herida social a no cicatrizar jamás.
Y, sobretodo, hay que decir, muy claro, que es sumamente perverso titular a éste artículo “Verificacion”, haciendo un vil juego de palabras en el que se pretende suplantar el adjetivo que los etarras usaron en su momento para calificar su “alto el fuego” con ese absolutismo de la Verdad, donde lo único veraz pretende ser aquello que él mismo (Savater) determina.
Por otro lado, no hay que olvidar el artículo de Rosa Díez en su blog –aquella señora que hizo apostasía del socialismo por considerarlo una fuerza blanda frente a los criminales-. En él, equipara a ETA con el nazismo y cree necesario un juicio al estilo Nuremberg para lograr, no solo ajusticiar a ETA –cosa que, muy efectivamente ya viene haciendo la Administración de Justicia del Estado- sino también depurar al País Vasco de aquellos que, en su día, fueron “colaboracionistas” o, incluso, “tibios” frente a los que negaron la libertad y la democracia del País Vasco. No hay duda de que la parxis etarra ha sido un veneno profundamente dañino y antidemocrático, pero conviene no olvidar que quien se hincha la boca de "democracia" están haciendo uso de un termino en el que yace un poso sentimental tan potente que puede ser fácilmente manipulable. A menudo, aquellos que distan mucho de creer en su verdadera esencia o que, se ofuscan en exceso por tenerla como un absoluto amoldado a su modo de pensar, terminan por negarla. Pues a nadie escapa que, al fin, absolutismo y democracia son términos antitéticos.
Repito: como en el caso de Savater, no es la solución. No lo creo. Hay que saber tomar distancias de todo ello –que no olvidar-. Este articulo, al fin, por reiterativo puede resultar redundante. Pero es fundamental dar un paso atrás. Y no para ceder frente a nadie, sino para ver las cosas con más claridad. Pues la excesiva cercanía –o, dicho de otro modo, cuando los sentimientos están demasiado latentes- las cosas no pueden dilucidarse con la claridad que requerirían. El reto está por delante. No lo olviden.