Silencio. Que nada se mueva. Nadie debe poner voz al Espacio. A su universalidad. Porqué él lo expresa todo. Porque las palabras jamás podrán contenerlo. Principio del fin; al habla Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar es mejor callar”. El ruido es pecaminoso cuando distorsiona lo inasible. Pero, por desgracia no hay más remedio: asumiremos con pesar la penitencia. Dichosa sea la palabra desgarradora. Pero es el único medio. Habrá que hacer uso de ella. Perdón.
Así, en ambos lados, se elevan las murallas. En ellas, se contiene el horizonte. El Instituto Salk se alza. Sublime y seguro. Protegiendo entre esos pliegues de hormigón lo esencial del mundo: su Orden. Hablar de esta obra exige hacerlo con cautela. Oraciones cortas. Punto. Siguiente. Nos lo dicta la vista. Louis Kahn así lo precisó. La crítica de arquitectura menos ortodoxa. Probablemente. Pero las circunstancias lo exigen. Por deber a la pulcritud. También al rigor. Pues, el estilo narrativo define en sí mismo. Da sentido a las cosas.
Ciertamente, impone. No por coloso; por excelso. El cuerpo centrado entre los muros. La línea; entre el Cielo y la Tierra. Todo es, ciertamente, perturbador. Sublime. El agua emana. El arabesco canal es el eje de simetría. Incluso ello tiene algo de inquietante. La plaza que se abre se precipita al abismo. Entonces caminamos. Siguiendo el hilo de agua. Sin más pretensión. Repentinamente descubrimos: cada pliegue era un contenedor. En cada oscilación se incrustaba lo habitable.
La curiosidad, sin embargo, nos remueve. Oscilamos tambaleantes ante los pórticos sobrevenidos de aquellos muros que parecían infranqueables. La palabra se libera y la contención se dilata. La belleza domina ahora a lo sublime. Descubrimos que tras la parquedad inicial, Kahn nos guardaba una sorpresa inesperada ¡No eran muros! Pues en ellos, había vida. Vida que salva vidas; esto es, un centro de investigación oncológico. Habitado por biólogos, médicos o científicos de tipo diverso. Todo ese mundo se abría y se desplegaba contenido en esos aparentes cubículos de madera. Ello, sin perder un ápice de su carácter magnifico y brillante.
Entre lo infranqueable y lo permeable. Lo sublime y lo bello. La tosquedad muraria nos hacía contener el aliento. Ahora respiramos con los pulmones dilatados. Del reverso al anverso hay todo un mundo. Allí, todo contenido por una expresión sutil y magnífica. Nos imponía lo que ahora nos invita. Sin perder el orden ni el rigor, todo ello se nos abría ante nuestros ojos. Al fin, la arquitectura es también tiempo. Así, éste transcurre en un lapso de revelación mística. Ella se revela parcialmente dándonos a entender su dualidad. Pero siempre en lo parcial. Porque entre el principio y el fin; entre el alfa y el omega: algo sigue cerrado en su mística ¡Amén!
No hay comentarios:
Publicar un comentario