Todo acontece. En lo bueno y en
lo malo, en el gusto o el disgusto. Más a la derecha o bien más escorado a la
izquierda. Pero si algo es indudable en todo fenómeno es que acontece. Así ha
sido y será, y sin embargo algo tan obvio siempre acaba pasando desapercibido.
Las cosas, como acontecidas, deben poseer, ante todo, dos elementos sin las
cuales no podrían ser; esto es, el tiempo y el espacio. Kant hizo hincapié en
ello en su Crítica de la razón pura, donde estos conceptos pasarían a
ser los a priori de todo fenómeno
(Kant, 2005: pp. 44-47). Dicho de otro
modo, no podría haber fenómeno sin tiempo o espacio preconcebidos, de antemano.
Así, a modo de introducción, el estudio versará sobre el espacio pues, como se
verá, es el elemento sobre el que la arquitectura moldea y da forma. La arquitectura
y el espacio, pues, serán dos piezas muy vinculadas; una lo necesita, la otra
le otorga entidad.
No obstante, antes de continuar,
debe hacerse una pausa en el camino para determinar algo previo a todo ello. La
arquitectura es el arte del espacio ¿Qué es, entonces, el espacio? La respuesta
no puede limitarse a la mera magnitud que deriva de la aplicación euclidiana y
cartesiana. Si se piensa un espacio cuyas directrices sean las dimensiones de
altura, anchura y profundidad se errará. Si se añade el factor tiempo, puede
completarse, pero no puede ser, tampoco conclusivo. El espacio sin atributos no
puede ser artísticamente abordado y, con ello, se aleja indefectiblemente de la
arquitectura. Así, ¿qué puede ser el espacio desde esta perspectiva?
Moholy-Nagy definía, ante todo, al
espacio como algo dinámico y fluyente cuyos elementos constitutivos –a nivel
arquitectónico- “llevan la periferia al centro y desplazan al centro hacia
afuera” (Montaner, 1999: p. 34). Como aquel que abre las ventanas para airear,
el espacio transmuta como ese flujo aéreo en su proceso de renovación. Por lo
tanto, aquí, se habla de algo que parece ir algo más allá del estatismo de las
tres dimensiones. Sin embargo, ¿qué es el centro? Sigue siendo impersonal. Esta
idea de espacialidad, por lo tanto, se asemeja a la que lleva a Bruno Zevi a
negar la existencia del mismo espacio en la arquitectura griega, al tildar al
templo de simple escultura carente de más y, por ello, de ejemplo de
no-arquitectura (Zevi, 1998: pp. 54-57). Todavía falta buscar otra vuelta de
tuerca. No podemos concebir un arte del espacio en que, o bien este mismo se
niegue o que no se vincule con lo humano –pues entonces deja de ser arte-.
Sin embargo, no puede estar
demasiado lejos del punto de exploración. Quizá valga una reorientación para
ilustrar que, en efecto, los templos tienen espacio. Asumirlo implicaría un
ejercicio de hermenéutica que integraría las diferentes piezas de un santuario.
Sin ir más lejos, en la Acrópolis de Atenas no se puede concebir el Partenón
sin los Propileos, ni la estatua central de Atenea que, a su vez, se remite al
Erecteion. Se pasa del objeto aislado al conjunto ordenado para poder generar
un espacio litúrgico exterior. El edificio genera dicho espacio de dentro hacia
afuera. La celebración de las Panateneas, se desarrollaban, así, como un recorrido
en torno a todo ese espacio dado, otorgándole a él una semántica muy alejada
del espacio cartesiano en que se movería en la contemporaneidad. De repente,
surge una nueva idea de espacialidad donde el ser humano jugaría un papel de
creador e interprete. Esta vez sí, lo humano, lo espacial y lo arquitectónico
se dan de la mano.
Así, casi sin dar cuenta de ello,
se ha quebrado esa idea apriorística kantiana del espacio, para sacar a la luz
algo nuevo: el “lugar” (thopos). Este
concepto remite inevitablemente a esa deidad a la que se remite el origen de lo
circunscrito; aquello cuyas características coinciden dentro de la apertura: el
genius loci. Ese “guardián” del
lugar; de aquello que siempre subyace en ello, allí, el genius loci está presente. Ese daimón
clandestino, se percibe allí donde debe estar. (Norberg-Schulz, 1980: pp.
69-71). Sin embargo, no cabe olvidar que el cuidado yace en manos de la Humanidad.
El genius loci solo puede ser
destruido por aquella civilización que lo encumbró, justo cuando se olvida de
su presencia.
Pasados más de dos milenios, el
espacio, sin embargo, ya opera en términos científicos. A la vez, la ciencia y,
en particular, la técnica, toma el espacio. El propósito de ello no puede ser
más claro: la producción masiva derivada del advenimiento de la Revolución
Industrial, en pleno siglo XIX. La antigua ciudad se degrada y crece hasta
límites insoslayables que la hacen inaprensible en su globalidad. Ello sucede porque
se ha expandido hasta límites que operan en términos regionales, pero el lugar
necesita manifestarse en su debida escala para la cognición humana. Es en esa
fase cuando surge el distrito o barrio, entendido como el ámbito espacial
susceptible de localizar. En ello,
hay que operar de modo similar; pero se necesitaran nuevos términos.
En este punto, el análisis que
plantea Aldo Rossi puede resultar muy útil para poder ubicarse en la nueva
morfología urbana. Así, se debe partir de que las ciudades se constituyen en
distritos –o como se denomine en su caso-.En primer lugar, se constituye un
elemento primario en torno al cual pivotará el tejido urbano basado, a su vez,
en la llamada tipología edificatoria; es decir, el patrón base que la edificación
adoptará en dicha zona (Rossi, 1998: pp. 98-105).
De este modo, se puede imaginar
el barrio del Born de Barcelona. El elemento primario entorno al cual se
estructura éste sería, fundamentalmente, la Basílica de Santa María del Mar. En
ella se apoyaría, de un modo auxiliar el conjunto de palacios de estilo gótico
civil que conforman la calle Montcada. Estos elementos, permanecen inalterables,
como sostén sempiternos del Born in
saecula saeculorum. La edificación, por otro lado, responde a vías estrechas
de relativa ortogonalidad, así como un modelo edificatorio de planta baja y
tres alturas, siendo cada piso más bajo que el inferior a la vez que las
aberturas también tienden a aumentar a medida que descienden.
En el estado actual de cosas,
pues, se ha logrado obtener el modelo interpretativo de la nueva urbanidad y se
ha ejemplificado con un caso particular ¿Pero todo ello, dónde nos lleva? Pues
a determinar cómo se vincula con lo humano. Ese vínculo debe partir de un nuevo
giro de guion. A todo lo dicho y, dentro del ámbito de lo que nos es propio o,
como decía Martin Heidegger, en ese ser-en-el-mundo; ahora está la Humanidad.
Nadie más que ella goza de este tipo particular de territorialidad en la cual
se constituye un hito. Él se eleva como nuestra referencia inmutable; esto es, como
aquello que nos dice nuestro “a dónde”. Ello es el axis mundi, que se alza como un faro que ilumina a todo su
alrededor. Actuando como un compás que se abre y que define el perímetro de
nuestro lugar. Así, se desarrolla el llamado imagino mundi (Norberg-Schulz, 1980: pp. 19-25).
Pero, siempre, volvemos al omphalos. Los griegos situaban un
pequeño elemento lítico para referir y dotar de cierta centralidad al hogar en
tanto que era aquello que vinculaba más que nada al ámbito de lo privado, en
analogía con el ombligo y en la relación maternofilial. Ese espacio, más que
ningún otro, es el que nos pertenece verdaderamente. El vientre maternal es, a
la vez, la conexión con el todo. Su líquido amniótico lo ordenamos con nuestras
propias manos. La morada acoge a cada cual y tal y como es. Por ello, le debemos
su protección de un modo muy especial.
La conclusión de este ensayo,
remite al principio. Así, se dirá que, al fin, en todo yace el acontecer. Toda
intervención en la ciudad debe hacerse en base a lo dicho. Los acontecimientos
siguen una linealidad y, un despunte excesivo puede romper el equilibrio.
Asimismo, hay que saber en qué elemento se interviene y preservar el substrato
de su memoria. Dicho esto, la lectura de éste texto, pronto habrá acontecido.
Sin embargo, se reincorporan otros acontecimientos: unos esperados otros
totalmente ignotos. Pero todo sigue. Con esa semántica; con la propia y
exclusiva de cada cual. Inigualable e inescrutable en su totalidad. Atenta y
cuidadosa. Todo acontece, cierto. Y así, los acontecimientos seguirán su curso
mientras la licencia de nuestro mismo acontecer permanezca con nosotros.
Mientras ello dure, en todo acontecimiento que nos toque, por tangencial que
sea, deberemos tomar partido.
BIBLIOGRAFÍA
Kant, I. (2005). Crítica de la razón pura. Barcelona:
Taurus.
Montaner, J. M. (1999). Arquitectura y crítica. Barcelona:
Gustavo Gili.
Norberg-Schulz, C. (1979). Existencia, espacio y arquitectura.
Barcelona: Blume.
Rossi, A. (1998). La arquitectura de la ciudad. Barcelona:
Gustavo Gili.
Zevi, B. (1998). Saber ver la arquitectura. Barcelona: Apóstrofe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario