BlogESfera. Directorio de Blogs Hispanos escritos -reflexions variades-: Porqué en España hubo una transición y no una revolución

viernes, 2 de septiembre de 2022

Porqué en España hubo una transición y no una revolución

Cuando, entre sollozos, el entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, anunciaba la muerte del dictador Franco, en Portugal ya regía un nuevo orden democrático fruto de la popular Revolución de los Claveles. Portugal, como Francia en su momento, quebrantó su sistema político de forma integral. España, sin embargo, todavía se sometía bajo el régimen del yugo y las flechas.

La Transición Española -tan vilipendiada como vituperada hoy- no fue más que un lento proceso de transformación político. En efecto, fue un tránsito hacia otro modelo que, a diferencia de nuestros vecinos lusos, no implicó ninguna rotura del sistema legal. Es más, podemos afirmar con total certidumbre que el régimen jurídico-político en el cual participamos se originó aquél 18 de julio de 1936.

A nadie mínimamente avispado se le escapará la fecha. Fue, en efecto el día en que España se partió en dos: los sublevados frente a los republicanos. El inicio de la Guerra civil. Los golpistas contra los legitimistas. Porque, a pesar de todo, el régimen legal vigente, en aquel momento, derivaba de la Constitución de 1931. Esto es, de la Segunda República española; que se amparó, siempre, en la voluntad popular. Pues fue éste quien, tras la fuga de Alfonso XIII y la consecuente declaración de la República, decidió crear un poder constituyente cuyo mandatario sería el pueblo y cuyo mandato o no sería otro que el de redactar una nueva Constitución.

La legalidad durante el período de la Segunda República derivaba de lo antecedente. Se levantó sobre una continuidad del sistema que, a su vez, permitió refrescar al mismo mediante la garantía de derechos y deberes, más de tendencia progresista y liberal. Pero seamos claros, no se puede decir lo mismo respecto a la “modélica” Transición.

Así, desde la muerte de Franco, tras el nombramiento del rey Juan Carlos como jefe del Estado y de la –supuesta- apuesta de este último por Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, España se dio cuenta de que su único camino era la democracia. España no podía permitirse ser una dictadura insular, en torno a una Europa democrática. Así, Suárez decidió arremangarse y asentar las bases de ese régimen ambicioso pero embrionario (léase, igualmente, el dar comienzo a la celebérrima Transición).

El trabajo del presidente Suárez tuvo sus efectos: las Cortes Franquistas decretaron, mediante la octava ley fundamental del régimen –franquista, por supuesto-, su auto-disolución y el reemplazo de las mismas por las de un nuevo Congreso de los Diputados, donde los escaños serían, más o menos, proporcionales al voto de los ciudadanos españoles. Ésta ley fundamental; esta y no otra, fue la clave de bóveda de toda la democratización del Estado. En efecto, fue Suárez quien, con sus dotes persuasorias, llevó a los obscuros procuradores de las Cortes a votar a favor de su desaparición (de aquí que ha sido apodada como la “ley del haraquiri”). El Franquismo institucional procedió a su disolución.

Dicho esto, el resto es casi por todos conocido. Pero cabe recordar, lo que se ha dicho al principio: venimos de la legislación golpista. En efecto, la Transición no fue la peor, pero encubrió demasiado una legislación en exceso amnésica. Esto es, que si ahora somos democráticos es porque el alter poder; el poder sublevado, rompió, en 1936, con un régimen político legítimo y respetable en términos democráticos. Pero no olvidad: ese poder alzado fue el que negó nuestra realidad. Y, sobre todo, recordad: el sistema político vigente asienta sus bases en el poder rebelde que, institucionalizado, se blanqueó. Dicho sea por última vez, el del yugo y las flechas.

En efecto, en la España contemporánea, hubo una transición, pero jamás una revolución.

No hay comentarios:

Publicar un comentario