INICIO: EL DERRIBO DE LAS MURALLAS
En el año
1854 la ciudad de Barcelona llevó a cabo una de las mayores revoluciones de su
historia. Las murallas que habían constreñido el núcleo urbano serían
derribadas. Vistos todos los cambios urbanísticos que se han producido en las
últimas décadas, éste acontecimiento puede parecer uno de tantos. Sin embargo,
lo que aquí se pone de manifiesto es probablemente el cambio de morfología
urbana de mayor calado en toda la historia de la ciudad.
En este
sentido, a mediados del siglo XIX los barceloneses vivían hacinados en un
espacio extremadamente reducido para una población encerrada por los antiguos
muros. Las calles angostas, junto con la alta densidad edificatoria habían
conllevado que el núcleo urbano fuera un lugar insalubre y con escasas
condiciones higiénicas para vivir dignamente. Las enfermedades infecciosas
campaban, de este modo, a sus anchas, generando, frecuentemente, epidemias
variadas. Del mismo modo, el sol brillaba por su ausencia. Barcelona era, pues,
una ciudad que necesitaba imperiosamente poner freno a dicha situación.
EL PLAN DE ENSANCHE: ALGUNAS PROPUESTAS
En este
contexto, la caída de las murallas abría un nuevo debate: ¿Cómo debía crecer la
ciudad? ¿Cuál debía ser el plan rector para desarrollar dicho crecimiento? Así,
puestos en contexto, Barcelona se encontraba rodeada de pequeños núcleos
urbanos. La Vil·la de Gràcia, Sant Andreu del Palomar, Santa María de Sants,
Sant Martí de Provençals y otras tantas pequeñas urbes que rodeaban el
perímetro del entonces término municipal de la ciudad.
Sin
embargo, un vasto terreno, por aquel entonces, todavía agrícola, debía
subyugarse a un plan de ensanche urbano sin parangón. Desde que las murallas fueron
derruidas, el gobierno municipal se encontraba inmerso en dar solución a cómo
abordar dicho plan. De entrada, propuestas no faltaron. Lo que se ofrece a
continuación es el detalle de algunas de ellas que, en ningún caso, resultaron
ganadoras.
Así, Fransesc
Soler i Glòria (Fig. 1) optó por proponer un modelo en base al cual la ciudad
se ordenaría mediante una doble malla que se desarrollaría por medio de un eje
que debía emanar de la ciudad antigua y que la atravesaría, a la vez que, en su
proyecto, priorizaba ciertas calles que debían desarrollar el rol de avenidas y
en cuyas intersecciones se generarían plazas. Si bien propuso la integración de
una zona industrial cerca del puerto (asimilable a la actual Zona Franca), el
modelo no dejaba de ser insuficiente, simple y poco ambicioso.
Fig. 1. Proyecto de ensanche de Fransesc Soler
i Glòria
Por otro
lado, Miquel Garriga i Roca (Fig. 2), presentó un compendio de proyectos entre
los que destacaba una propuesta muy encarada a la óptima conexión con la Vil·la
de Gràcia. Primeramente, se trazaría una vía que comunicaba la Rambla con el
actual Carrer Gran de Gràcia. Esta vía rectilínea cruzaba casi
perpendicularmente a un eje longitudinal entre la ciudad antigua y el núcleo
urbano de dicha villa mediante el cual se desarrollaría simétricamente el nuevo
ensanche, con seis pequeñas plazas distribuidas en ambos lados y una plaza
central a modo de foro romano. El vial que se utilizaría como eje de simetría
se debía cerrar mediante dos grandes espacios con una edificación central monumental,
de las cuales emanarían un haz de vías radiales. A la vista actual, el proyecto
de Garriga i Roca peca de crear una ciudad intermedia que, en su extensión, no
lograba en absoluto cohesionar nada, sino más bien fagocitar uno y otro extremo
sin resolver lo que éste pretendía.
Fig. 2. Proyecto de ensanche de Miquel Garriga
i Roca
Para
terminar este capítulo, se estudiará el proyecto realizado por Josep Fontserè i
Mestre (Fig. 3). Se trata del más heterogéneo, morfológicamente hablando, de
todos los planes presentados. Cada manzana es distinta a las demás. Sin
embargo, aun disponiendo de ejes conectores que generarían distintas
centralidades y de dar una solución suficientemente razonable con respecto a
algunos de los entonces municipios periféricos, peca de un formalismo absurdo.
En este sentido, hay que sacar a colación la distribución de las viviendas
conforme a los escudos de Catalunya y Barcelona. Este extremo, aun presentando
buenas intenciones, no deja de ser algo banal y frívolo; pues la lectura se
realizaría únicamente desde la planimetría ya que a nivel de suelo nadie se
percataría de esas conexiones formales.
Fig. 3. Proyecto de ensanche de Josep Fontserè
i Mestere
EL PLAN GANADOR DE ANTONI ROVIRA I TRIAS
El
Ayuntamiento de Barcelona, tras estudiar las distintas propuestas, finalmente
falló el 10 de octubre de 1859. Todos los miembros del jurado apostaron por el plan
de Antoni Rovira i Trias (Fig. 4). Éste se basaba en un modelo radial que
partía de la ciudad antigua mediante cuatro viales principales. Asimismo
constaba de una gran plaza pública en el lugar en el cual se encuentra,
actualmente, la Plaza de Catalunya.
Fig. 4. Proyecto de ensanche de Antoni Rovira
i Trias
El
plan de Rovira i Trias, por lo tanto, establecía una jerarquía gradual en tanto
que por su radialidad, cuanto más cerca del centro, mayor valor inmobiliario se
dispondría. Consecuentemente, la tendencia opuesta implicaría la disminución de
dicho valor. Se trataba pues de un plan pensado especialmente para la burguesía
y que perjudicaba a las clases más populares; pues éstas se verían desplazadas
hacia las zonas más periféricas de la ciudad.
Sin
embargo, el proyecto de Rovia i Trias, pese al consenso que generó en el jurado
barcelonés fue rechazado por el gobierno central que, a golpe de orden real,
impuso el modelo del ingeniero Ildefons Cerdà. De este modo, se adoptaba un
modelo de ciudad diametralmente opuesto, tanto en la forma como en el fondo, al
plan ganador municipal.
LA IMPOSICIÓN DEFINITIVA DEL PLAN CERDÀ
Más allá de afines o detractores, de elevar sus virtudes o profundizar en sus defectos, lo que no hay duda es de que el Plan Cerdà (Fig. 5) fue impuesto desde unas instancias de poder muy alejadas de las que realmente tenían la potestad legítima de deliberar entorno a cuestiones de naturaleza urbanística. Pues cabe tener en cuenta que estas se ceñían exclusivamente sobre la ciudad de Barcelona y sobre sus municipios circundantes.
Fig. 5. Proyecto de ensanche de Ildefons Cerdà
En todo
caso, este hecho no pasó desapercibido por parte de las élites burguesas o de
los círculos afines a ellas. Como ejemplo, el llamado Modernismo catalán –la corriente del Art Noveau que prendió en Catalunya- reaccionó ante este modelo
urbanístico. Paradigmática es, en este sentido, la construcción, por parte del
arquitecto Lluís Doménech i Montaner del trazado de la actual Avenida Gaudí que
corta transversal –y deliberadamente- la gran malla de Illdefons Cerdà –respecto
de la cual se tratará a continuación-, casi como acto de rebeldía.
Sin
embargo, dichas acciones son escasas y lo cierto es que, como se verá a
continuación, el Plan Cerdà se adultera por las inercias especulativas que se
contrajeron durante su ejecución. Será interesante, en este sentido, poder
analizar, en primer lugar, que características presentaba dicho proyecto en
base a su planimetría. Más adelante ya se entrará a valorar su ejecución.
PLAN CERDÀ: LA IDEA ORIGINARIA
El
proyecto de ensanche que planteó Cerdà se basaría, grosso modo, en la aplicación de una retícula viaria cuya manzana
estándar partía de un modelo cuadrado, achaflanado en cada uno de sus cuatro
costados. A su vez, dicha retícula se cortaría por dos largas avenidas y se reforzaría
por una tercera más ancha, integrada dentro de la estructura ortogonal. La
confluencia de estos tres viales (actualmente la Palza de las Glòres) daría
lugar a un espacio que debía reflejar la nueva centralidad urbana, desplazándose,
de este modo, desde el centro histórico hacia el noreste de la ciudad. A nivel
viario, cabe resaltar, también, la agradecida anchura de las calles que, en
función de sus características, oscilaría entre los 20 y los 50 metros.
Sobre las
cuestiones relativas a la edificación, Cerdà planeó que las manzanas debían ser
abiertas o comunitarias. De este modo, de los cuatro costados de la manzana
debían construirse solamente dos pastillas opuestas y paralelas entre sí o,
como mucho, en zonas más densas, tres pastillas de edificación, dejando, en
todo caso, un costado de la manzana sin edificar. Eso, en primer lugar,
permitiría evitar una densidad excesiva. Por el otro extremo, el hecho de no
cerrar la manzana permite una óptima insolación e higienización de las
viviendas.
En ese
sentido, también hay que hablar del chaflán. En Barcelona, la gran diferencia con
respecto a otros modelos reticulares de ciudad es la introducción de dichos
elementos que tienen, a su vez, dos aspectos clave. En primer lugar, la
ordenación y racionalización del tráfico –que, en aquel tiempo, todavía era formado
por el carro de caballo-, optimizando el sistema de giros de los vehículos y de
los flujos de movimiento de los mismos. Por el otro, la higienización e
iluminación del espacio tanto público como privado. En este sentido, el espacio
definido en cada intersección genera un conjunto de pequeñas plazas mientras
que, en el interior de las viviendas, pueden gozar de grandes cantidades de luz
natural.
En
resumen, el Plan Cerdà es radicalmente opuesto al de Rovira i Trias. Pues si el
último plantea, como se ha dicho, una ciudad jerarquizada, el primero configura
un modelo igualitario, neutro e isotópico. De este modo, la gran malla de Cerdà
puede extenderse idealmente ad infinitum,
en tanto que no prende de un marcado punto nuclear –a excepción de la
intersección de las avenidas ya mencionadas-. El modelo Cerdà, tiende más a
objetivar y a matematizar el espacio, en consonancia con las necesidades
sociales de la clase obrera; a la vez que se aleja de los estandartes de las
pretensiones burguesas.
LA EJECUCIÓN DEL PLAN CERDÀ
El 14 de
setiembre de 1860 la reina Isabel II colocaba, al fin, la primera piedra del
futuro ensanche de Barcelona en una ubicación cercana a la actual Plaza de
Catalunya. Durante las primeras tres décadas el crecimiento fue lento. Sin
embargo, la celebración de la Exposición Universal de 1888, así como el
advenimiento del movimiento Modernista
favoreció claramente la ocupación del terreno que Cerdà había delimitado años
antes. Tampoco es menor el hecho de que dos piezas tan singulares como es el
Templo de la Sagrada Familia y el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, optaran
por trasladarse a uno de los extremos del enanche mismo; dando lugar a un
efecto centrípeto.
Así, lo
que al principio fue un crecimiento limitado y débil, terminó por generar un
gran impulso constructivo muy notable, ya a principios del siglo XX. La guinda
del pastel fue la extensión de la red de tranvía así como el inicio del
funcionamiento de un nuevo sistema de transporte: el metro. Lo periférico, pues
adquiría centralidad. Los municipios circundantes, también, terminaron por
integrarse a la gran urbe que ya empezaba a ser Barcelona. Progresivamente, las
zonas agrícolas iban disminuyendo su presencia mientras se consolidaba ya, el
conocido como ‘L’Eixample’ (expresado terminológicamente en catalán).
La fuerte
demanda, sin embargo, conllevó la alteración de las ideas de Illdefons Cerdà.
De este modo, las manzanas no respetaron la ordenación que éste había previsto,
sino que por inercias del mercado y derivado de las intensas tensiones especulativas, se construyó en todo el perímetro de la manzana, desvirtuando el
revolucionario proyecto del ingeniero. Así, L’Eixample, aun conservando la
estructura reticular achaflanada, no logró ser esa ciudad ideal que planificó
Cerdà.
CONCLUSIÓN
No hay
duda de que, más allá de los fracasos relativos con respecto a lo ideado en el
modelo original –que no deja de ser utópico-, el trazado de L’Eixample
barcelonés, sigue siendo revolucionario. En primer lugar, la compacidad de la
ciudad ha logrado revertir las tendencias a la zonificación de los espacios que
propugnaban los vanguardistas de principios de siglo XX. Sin embargo, éste ha
mostrado la plena capacidad para poder incorporar usos distintos dentro de su
malla urbana, constituyéndose, así, como un ejemplo perfecto de ciudad
sostenible. Revolucionaria en pleno siglo XXI, pero más si se tiene en cuenta
que la concepción de dicho modelo es de hace casi dos siglos.
Del mismo
modo, el elemento más sui generis de
dicho plan, no solo ha sido visionario, sino que constituye su hecho identificador;
esto es, el chaflán. De hecho, esta característica rompe con el clásico modelo
hipodámico presente en tantas otras ciudades, para alumbrar una ciudad llena de
‘plazas’ en cada una de sus esquinas. La oscura Barcelona antigua, pues, se
contrapone a una urbe plena, de luz y de aire.
Finalmente,
cabe mirar al futuro. En este sentido, será interesante el ver cómo se
desarrollará el proyecto de las Superilles
(Supermanzanas). De este modo, parafraseando a Cerdà, hay que inducir la
urbanización de lo rural pero, a la vez, debe ruralizarse lo urbano. El cómo se
lleva a cabo este extremo de un modo equilibrado y fiel a los principios que el
mismo Cerdà ideó constituirá uno de los aspectos nucleares. El otro, será el
modo de desarrollar los distintos flujos de tráfico y la instauración de una
red metropolitana de transporte público de calidad. De ambos factores dependerá
el éxito o el fracaso del proyecto más ambicioso que se ha planteado sobre L’Eixample
desde su misma constitución.
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