Una de las grandes enseñanzas que
ha proporcionado el siglo XX – en conexión con el advenimiento de las
vanguardias artísticas- ha sido que el Arte no siempre debe ser bello; al
menos, entendiendo la belleza como había sido concebida hasta entonces. De este
modo, lo grotesco y el horror podían pasar a constituirse como un motivo
artístico en sí mismo. Es, justo, en este sentido como cabe entender la esencia
del Neorrealismo italiano, encarnado en su máxima expresión por el filme Roma, città aperta de Roberto Rossellini,
alumbrado en 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial permanecía todavía irresoluta.
Con unos medios muy limitados,
Rossellini lo fía todo a una trama extraordinariamente bien urdida. Áspera e
indigesta y, a la vez irónica y encomiable. Como sucede en el cine
neorrealista, éste no destaca por sus grandes alardes visuales, pero si morales.
Todo ello, escenificado en un contexto sórdido, decadente, paupérrimo y, sobre
todo, cruel. Muy cruel.
En este sentido, en el ámbito de
un domicilio familiar romano, se esconde el ingeniero Giorgio Manfredi (Marcello
Pagliero) quién es, a su vez, líder de la resistencia antifascista italiana.
Perseguido por la Gestapo, logra huir gracias a la inestimable ayuda de su
amigo, el tipógrafo y camarada Francesco (Francesco Grandjacquet) y del párroco
don Pietro (Aldo Fabrizi). Entre tanto, un conjunto de personajes se entremezcla
para cohesionar y enriquecer el argumento de la película y elevarla, así, a los
altares de la Historia del Cine –y del Arte-.
El espectador debe estar
preparado: esto no es un masaje fílmico sino más bien un azote en toda regla.
Pero querer indagar entorno al conocimiento de la condición humana –en lo
virtuoso y en lo vil- implica tener que exponerse a ello. Porque, ciertamente,
lo malvado puede llegar a niveles de perversidad que hasta pueden inculpar a
cualquier espectador por el simple hecho de pertenecer a dicha especie. Pero la
bonhomía puede llegar a ser tan elevada que, al fin, uno no puede más que
rendirse a ella y, en este proceso, dejar caer alguna que otra lágrima ante
este ser tan excelso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario