Nacionalidad; rezan los
formularios. Espíritu Nacional; formación y orientación derecha de uno mismo
versus su digno sentir patrio. Pilar básico y fundamental de la identidad.
Documento Nacional de Identidad, se dice en estos lares. Más llamado DNI por aquello
del ahorro de tiempo y saliva. En lengua inglesa se limitan a decir ID Card, a una simple tarjeta de identificación.
Algo, pues, muy importante será, digo yo, cuando tanto lo usan los españoles.
Digo, los nacionales de España (si se me permite decir).
Otrosí digo: Museu Nacional d’Art de Catalunya. Siglas: MNAC. Se nos vuelve a
colar esa ene de nuevo. Sea dicho, ahora, en lengua catalana. Algo muy
importante será cuando tanto lo usan los nacionales de Catalunya (si se me
permite decir).
Mucho sea el decir permitido. Con
gratitud.
Respecto lo otro, no busquen la
diferencia, no la hay. La nacionalidad del MNAC es tanta como la del DNI. Ya no
en términos cuantitativos, sino absolutos. La nacionalidad está o no está. Sin
grises. Sin porcentajes.
¿Y qué hay de lo nacional? Pues,
el himno, la bandera. La bandera: formas y colores. Una sombrilla en la playa,
nos cubre y aúna bajo su textil figura.
Evítese la exposición solar. En estos tiempos los rayos UVA son
potencialmente cancerígenos. Ya lo dicen los médicos: hay riesgo de melanoma.
Así que mejor será que cada uno bajo su sombrilla. La playa: Organización de las Naciones Unidas.
A veces nos da por echar un
chapuzón. ¡Qué temeridad! Evítese a toda costa. Ya no solo por el sol y el
melanoma. Las medusas. Incluso se dice que, recientemente, ha habido avistamiento
de tiburones. Y qué decir del mar; bajo ese azul indolente sus aguas son
traicioneras. Descubiertos apátridas que terminan muertos en orillas de países
lejanos, que otros dicen tan cercanos. Entonces, ya no necesitamos sombrillas
para cubrirnos. Pues hemos muerto. Y al cadáver sólo lo cubren esas gélidas
lonas térmicas color dorado. Eldorado, curiosamente, en la muerte.
Será prudente, pues, quedarse
bajo la sobrilla; digo yo. Nadie quiere morir y, sin embargo, el estar bajo el
amparo de su sombra y entre los nuestros ¡Qué mejor! Al fin, el ser humano es
un animal de rutinas y nos gusta estar cobijados siempre por lo mismo. Nos
gusta nuestra vetusta sombrilla; sempiterna y límpida reminiscencia de nuestra
existencia. Ya en nuestra infancia nos cobijábamos bajo ella mientras
construíamos efímeros castillos de arena. Nuestra sombrilla. Nuestra bandera.
Nuestra nación.
Y sin embargo ¿es cierto? Nación
– Bandera – Sombrilla: sentido descendiente. Así se dijo al principio. Pero ya
se sabe: al principio era el caos. Ahora nos miramos con suspicacia. Desde
nuestras quijotescas ínsulas miramos con recelo los colores de las banderas
ajenas. Queremos la nuestra. Al fin, ¿es que acaso hemos cobijado otra?
De repente nos miramos y,
obnubilados por la luminosidad solar solo vemos perfiles bajo nuestra
sombrilla. No hay caras. Ni siquiera conocemos sus nombres ¡Qué extrañeza! Por
lo pronto, siento estar en un mural de la Quinta del Sordo. En un; ¡Aquelarre!
¡Perversidad!
Me inunda el miedo y, salgo corriendo.
A toda costa ¡Agua!
Solo hay mar.
Mar-o-nada.
Nada-mar.
¡Nada!
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