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sábado, 1 de febrero de 2020

Apuntes entorno al Brexit


Hoy es un día tristemente histórico: tras 47 años de pertenencia del Reino Unido en el seno de la Unión Europea los británicos han dejado de formar parte de la confederación de Estados más importante del planeta. Es histórico fundamentalmente porque, si bien el proyecto comunitario europeo se ha basado en la integración –esto es, en añadir más miembros y más músculo al mismo-, la ruptura se produce por parte de la segunda potencia económica que la integra. Es triste porque, con el Brexit, todos perdemos; tanto Europa –institucionalmente hablando- como, sobretodo, el Reino Unido.
La génesis del divorcio, contrariamente a lo que pueda parecer, se remonta a tiempos pretéritos. Fue Margaret Thatcher quien introdujo las primeras semillas del quebrantamiento comunitario al manifestar, en diversas ocasiones, sus suspicacias entorno a la convivencia confederal europea y al perjuicio que esta ocasionaba en el Estado británico. La piedra angular con la cual la Dama de hierro insuflaba su antieuropeísmo no era otra que su reticencia a ceder soberanía a un ente supraestatal del cual el Reino Unido formara parte.
No obstante, la UE –y su antecesora, la Comunidad Europea- siempre fue proclive a entender el ‘hecho diferencial británico’, de modo que gran parte de la normativa que emanaba de la misma concedía reservas al Reino Unido para no ‘implicarla’ en exceso en lo que el resto de estados miembros consensuaban. Paradigmáticos han sido, en este sentido, los beneficios obtenidos en la llamada PAC (Política Agrícola Común), en base a la cual los británicos han gozado de cuantiosos subsidios para no ver mermada su productividad en dicho sector de la economía.
Es de este modo como cierta parte de la población y de líderes políticos del Estado británico, han pretendido –y así ha quedado constatado en el proceso de negociación del Brexit- obtener los beneficios del libre comercio que les ha brindado su pertenencia a la UE y, a su vez, rechazar la libre circulación de personas que obliga la misma institución comunitaria. Ha sido, precisamente en base a este último punto en virtud del cual se ha ido articulando un discurso eurófobo liderado por el partido ultraderechista de Nigel Farage. El discurso no dista en absoluto del de tantísimos movimientos populistas-derechistas surgidos en Occidente en los últimos años, cuyo emblema es Donald Trump y su “Make America great again”. Si cambiamos el “America” por el “UK” el resultado no es otro que el mismísimo Brexit.
A todo ello, hay que sumar otros aspectos: la ambigüedad del Labour entorno al Brexit y la casi plena asunción de los Tories del discurso de Farage –al menos en lo referente a la cuestión que aquí se trata- y, sobretodo, a un nacionalismo exacerbado donde el inglés –y, cabe remarcar, ‘inglés’, porque no ha sucedido lo mismo con el resto de naciones británicas- se ha creído con un dominio moral y patrio absurdo y abusivo. Ese etnocentrismo –quizá intrínseco en muchos casos en Inglaterra por su marcada idiosincrasia- ha derivado en xenofobia radical y, a su vez, ha justificado la incomprensión de muchos individuos que el ‘ser inglés’ no es incompatible al hecho de pertenecer a una entidad supranacional que fuera más allá de ellos mismos.
La esperanza de que todo esto sea un “See you” y no un “Goodbye” en toda regla no es otra que Londres y, de ella, especialmente, la City. Estos últimos, han apostado en todo caso por la permanencia. Han sabido ver más allá del provincianismo inglés, proyectándose como capital de Europa. Sus negocios se han beneficiado claramente del libre comercio. Con la creación de los consecuentes aranceles derivados del Brexit es evidente que se resentirán. De hecho muchas empresas ya han trasladado sus sedes corporativas fuera del territorio británico en aras de una mayor proyección a nivel europeo. La City observa atónita como sus conciudadanos se han hecho el harakiri. No obstante, no están dispuestos a mirarlo desde un segundo plano y actuarán para restablecer con la mayor prontitud el status quo que les ha convertido en la gran potencia financiera que son hoy en día.
Finalmente, no puede terminar un análisis del Brexit sin citar Escocia. Búsquese un mapa donde se traduzca cromáticamente quién apostó por el leave y el remain, pues éste mostrará la realidad social británica. Escocia es claramente europeísta. Dicho de otro modo, la realidad nacional escocesa se traduce en querer pertenecer a la UE; y, ciertamente, se antoja difícil creer que Boris Johnson podrá sostenerla dentro de la Union Jack si se perpetúa la segregación de todo el Reino Unido. Otro referéndum pica a las puertas del 10th Downing Street y, este sí, puede ser ya el definitivo.

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