Hablar de Jean-Luc Godard es hablar del Cine. De ése mismo en su globalidad. Repudiado por muchos. Vituperado por otros. Sin embargo, creador incesante y sin parangón. Godard fue el director de cine que llegó a tensar tanto la cinta de celuloide que, incluso, llegó a romperla, generando experimentos cinematográficos realmente brillantes y, a la vez, inquietantes y subversivos (pues ¿acaso alguien, antes que él, llego a incorporar en un filme escenas grabadas por teléfonos móviles de baja resolución?)
El éxito o fracaso de cada una de sus experiencias puede ser valorado de
modo muy subjetivo. Sin embargo, hay cierta objetividad en el cine de Godard. Paradigmas
comunes que se van consolidando y que se constituyen en un leitmotiv a lo largo
de su filmografía. Uno de estos elementos es la profundidad comunicativa
revestida de frases lapidarias (que muy a menudo parafrasean a grandes filósofos
o escritores). Muchas veces, se generan feedbacks
inusuales o, directamente absurdos, donde quizá versa más la forma que el
fondo; poniendo énfasis en la incapacidad misma del habla (véase, en este caso,
Adieu au Langage (2014)). Típicos son
también los inicios musicales que entran en modo de crescendo para cortarse abruptamente; tal cual el espectador es
arrojado a la desnudez de la escena y de su dramatismo.
No obstante, el desarrollo del lenguaje estrictamente godardiano va integrándose poco a poco. En À bout de soufflé (1959), el primero de sus grandes metrajes y
referente de la nouvelle vague, pone
de manifiesto un cambio en el rodaje de los planos exteriores y en el
desarrollo fílmico en general. Pero, no es, quizá, hasta Vivre sa vie (1962)
cuando se produce una verdadera ruptura en el modo de filmar, llegando a
anticipar lo acontecido o rodando magistralmente, por ejemplo, una conversación
a espaldas de los intérpretes.
A partir de ese momento, se puede afirmar que nace el fenómeno Godard. En
este sentido, no deja de ser curiosa la adopción de sus siglas: JLG; usadas como patrón-anuncio de sus
distintas producciones. Un modo muy pop para
alguien tan vinculado a la gauche francesa.
Así, en La Chinoise (1967), en Tout va bien (1972) y en otros tantos
filmes, el director vuelca sus preocupaciones hacia esa misma gauche que le genera expectativas y expectación,
pero con respecto a la cual no puede dejar de ser crítico y analítico a la vez.
Godard, pues, nunca podrá escapar del Cine. Pero a su vez, el Cine tampoco
podrá hacerlo con respecto a él. Su contribución a éste género artístico ha
sido incuestionable Tan críptico como poético, ha trazado un recorrido pleno y
prolífico que la Historia del Cine –y del Arte- irán situando, con el paso del tiempo,
en su debido lugar.