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jueves, 23 de febrero de 2012

“Shame”: aprisionamiento ante lo sexual


El sexo, todos convendrán en ello, es uno de los mayores placeres de la vida y, así, ningúna doctrina hedonista podrá considerarse satisfecho en plenitud si no introduce debidamente una dimensión de lo sexual lo suficientemente amplia. Sin embargo, mucho más allá de la multiplicidad de formas que puede adoptar el mismo sexo y de las afinidades que cada uno muestre con respecto a éstas, lo cierto es que cuando la pulsión sexual transceiende cierto umbral, aquello que en un inicio es placentero y liberador puede terminar convirtiéndose en un desgarrador aprisionamiento.
Steve McQueen, en Shame, y mediante una potencialidad visual poco común, penetra en el intríngulis de esa dolorosa complusión sexual. Ciertamente, hay que decir, que cuesta encontrar películas donde la plasticidad y/o la expresividad del cuerpo humano se desarrollen con tal maestría; coligandolo todo, además, con una envolvente cromática que, en cada caso, pone de relieve aquello que sale en escena. En este sentido Brandon (interpretado magistalmente por Michael Fassbender), se encuentra, casi todo el tiempo, enfrentado a la sordidez de unos tonos azules y grises metálicos. Colores que, a la vez, manifiestan una ciudad muy hostil hacia lo humano y todo el terreno sentimental.


Brandon es un hombre que posee cierto éxito profesional, pero enclaustrado, a su vez, en la multiplicidad inerte de los rascacielos y de las extensas redes de metro de la megalópolis. Un espacio donde todo se ha vaciado de contenido en la medida en que ya nada es diferente al resto. Así, y en medio del desarraigo espacial y humano, Brandon se acoge compulsivamente al sexo, no como una forma de liberación o de mero pasatiempos, sinó como lo único que puede ocupar esa vacuidad de un espacio esencial en su ser. Un compartimento espacial que no puede sinó ser ocupado por lo fungible del mismo instante, el mismo del propio acto sexual, y en el cual su líquido se escurre tan pronto como éste ultimo termina.
La sordidez fría y metálica que envuelve la imagen fílmica, sin embargo, se invierte profundamente con la presencia de Sissy, hermana de Brandon y personaje totalmente antitético a éste. Se puede afirmar, sin duda, que el momento más mágico de la película es su emotivísima interpretación de New York, New York. Allí el calor impregna incluso la fotografía, creando un clímax sentimental que hará desestabilizar toda la estructura mental del protagonista. Allí, quizá, entre por primera vez, un líquido dentro de dicho compartimento vacío de la mente de Brandon que yacerá permanentemente en su interior, recordando, asimismo, la presencia de la misma vacuidad. A la vez, su permanencia desprenderá un vapor que corroerá dolorosamente las infranqueables paredes de este espacio inhóspito de la mente del protagonista.


A partir de este momento, el dolor, el conflicto –el propio y el fraternal- y la evasión, serán el leitmotiv que irán guiando el desarrollo posterior de la película que, al mismo tiempo, irá intensificántose a medida que avancen los acontecimientos. Un gran filme para tratar la vertiente más seria y cruel de un tema que la mayoría de veces es objeto de una consideración excesivamente frívola y despreocupada.

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