Mientras Europa se sume en una nueva y severa recesión, las maldichas agencias de ráting anuncian en sus cuentas unos beneficios ignominiosos. Pues la crisis no es que les haya resultado indiferente sino que, más aún, les ha proporcionado el gran trampolín de lanzamiento para poseer casi el completo de la gobernanza económica global. No ha bastado con las sospechas que recaen sobre estos agentes de ser causantes directos de la Gran Recesión, sino que, además, han sabido aprovechar funestamente la oportunidad para tomar los hilos y, así, mover y remover; y poner y deponer, incluso, gobiernos enteros de naciones que, se dicen, soberanas. Simplemente, a su libre -e interesado y especulativo- albedrío. En esencia, han actuado como los tenedores de los hilos de un teatro de marionetas donde todo es posible y donde el objeto de lo posible es la totalidad del Mundo. A su vez, en correspondencia con este mundo cibernético en el que vivimos, todo ha quedado reducido a una sencilla combinación binaria de dos letras que se manejan con la frivolidad de un infante caprichoso: la"A" y la "B". Dos letras inocentes, en si mismas, pero que, al mismo tiempo, en perversas combinaciones, poseen una capacidad potencial de destrucción difícil de determinar.
Sin embargo, hay que decir que ese potencial no nace de la nada. Pues su origen yace, fundamentalmente, en el altavoz mediático del que éstas han gozado. Europa no es inmune y ha alentado su propio gran monstruo. Por un lado, las doctrinas de estas agencias han sido perversas, pero sus dictámenes los hemos considerado concluyentes. Planteamos, incluso, crear una agencia de ráting propia, pero, a su vez, no fuimos capaces de romper con el veredicto del maldicho tridente norteamericano. El vicio, al fin, recae sobre la importancia que nosotros les otorgamos; al efecto multiplicador que le ofrecimos a su mensaje. Ciertamente, hemos sido portavoces de “nuestro” diablo.
Pero, ¿y si Europa y sus medios de comunicación les negaran la palabra? ¿Y si dejáramos de alentar, entre todos, una voz que consideramos desacreditada e infausta? ¿Y si condenamos dicha voz a la más pura marginalidad, porque nadie la atiende, porque, sencillamente, ha dejado de ser noticia? Entonces, ¿de qué poder de mercado gozarían? En esa coyuntura, ¿alguien les haría caso?